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martes, 21 de mayo de 2013

¿Y por qué no?

Todos necesitamos algo que nos inspire. Un color, un ambiente, una música, un olor, una estación, una madrugada. Quizás el amor saque los versos más hermosos y también los más desgarradores en un poeta. Unos ojos, no especialmente bonitos ni especialmente grandes, pueden contener la profundidad o la más honda tristeza que todo pintor quisiera extraer con la ayuda de su paleta y su pincel. El color naranja de los campos en otoño pueden dar forma a bellas fotografías. Todo cuerpo, independientemente de los cánones de belleza, puede contener ese "algo" para que un escultor lo talle en piedra. Una sonrisa puede ser el punto de partida para un compositor. A veces en una sóla persona podemos hallar todo para que guíe cada uno de nuestros momentos creativos. Son nuestras musas. Y en ocasiones las buscamos desesperados para que consigan sacar lo mejor de nosotros mismos. O lo peor, que también es un gran arte el poder arrancar nuestros más bajos impulsos. 
Creo que la lección que mejor aprendí cuando estudiaba la carrera de Periodismo, o al menos la que mejor recuerdo y la que más me he aplicado, fue la más simple de todas, pero a veces la más complicada de llevar a la práctica: nunca pierdas la capacidad de sorprenderte y de mirar a cualquier cosa con los ojos inocentes de un niño. Es cierto. No se trata sólo de ver las cosas como si fuera la primera vez. Sino que también se debe mirar limpio, sin complejos ni prejuicios, sin catalogar primero lo que es posible y lo que no, lo que tiene o no tiene que ser.
Por eso hoy mi musa eres tu. Si tú piensas que yo puedo ser cualquier cosa, ¿por qué no lo pienso yo también? Tú eres capaz de ver en mí unas alas de hada que yo no veo y una varita que yo no tengo. Y te parezco fascinante. Igual de fascinante te parece que cada día aparezca una rosa nueva en el jardín. O que las hojas de la enredadera del patio nunca tengan fin, a pesar de que arrancas las que quieres todas las tardes. O que la planta que sembraste esté más alta cada mañana. Entonces comienzas con las tediosas preguntas sin fin. ¿Y por qué hoy hace frío si ayer hacía calor? ¿Y por qué los elefantes vienen de allí? ¿Y cómo vuela un trineo si no tiene alas? ¿Por qué la gente se muere? ¿Y eso qué es? ¿Por qué existen los niños pobres? ¿A dónde van los aviones? ¿Por qué tengo pesadillas? Todo esto es la parte complicada. Pero luego viene cuando lo simplifica todo y, o bien te sientes ridícula, o por el contrario envidias su forma de ver las cosas. ¿Por qué lloras? No llores. ¿Por qué te vas si no quieres irte? No te vayas. ¿Por qué te enfadas? No te enfades. ¿Por qué tienes que hacer eso? No lo hagas...... Y entonces, y aquí es dónde más me enseña, comienza el otro tipo de cuestionario. A todo lo que le respondas ella te devuelve un "y por qué no". Qué sencillo, ¿verdad? Pero hallo en esa frase más sabiduría, fuerza y consuelo que en aquella célebre "pienso, luego existo". Puede servir tanto para preguntar como para responder. Cuando uno se lamenta por todo lo malo que le pasa, y que por qué le sucede a él, que se pregunte ¿y por qué no? Cuando azuzan tus miedos al fracaso, cuando quieren contener tus aspiraciones, respóndeles ¿y por qué no? ¿Y por qué no lo voy a intentar? ¿Y por qué no voy a poder? ¿Y por qué no voy a ser yo? 
Son ellos los más libres, los que menos miedos tienen, los que aún no están completamente marcados por los pasos establecidos en la sociedad, los que se ven capaz de todo, los que creen que cualquier cosa es posible. Qué buenos profesores son y qué pena lo poco que se les escucha. Qué pronto perdonan y qué rápido recuperan la sonrisa. Por eso, rubita, esta noche mi musa eres tú.